Tengo en mi mente clavado
el recuerdo de una mujer azul. La vi una tarde desde el otro lado de la calle. Sentí
un pedazo fulgurante de cielo que desvió mi atención del camino y me hizo girar
la cabeza. A su lado los demás seres eran monigotes que caminaban
apresuradamente. Ella no. Ella era azul y caminaba con garbo, con lentitud. Su largo
vestido azul azotaba el viento con dulzura. Esa mujer no era de este mundo. No
de este tiempo. Los otros seres que pasaban por su lado eran misiles presurosos
dirigidos a sus trabajos, a la estación del metro, a sus miserias. Ella no, la prisa estaba ausente en
sus movimientos. Se detenía frente a las tiendas, se arreglaba el pelo en el
espejo de los escaparates. Sonreía al tiempo que sacudía su cartera azul. Ah recuerdo
también su sombrero azul, adornado con una flor. Contemplándole me olvidé de
todo, de mi prisa, de lo que había salido a hacer. El celular vibraba en mis
bolsillos yo le dejaba vibrar por no perderme un solo segundo del contorno de esta
mujer azul. Mujer de otro mundo, mujer de otro tiempo. Luego fatalmente legué a
mi destino. Me detuve un momento más a mirarla, a verla perderse en el mar de almas
agitadas que la rodeaban y al doblar la esquina volteó el rostro y, creo que lo
soñé, me devolvió de sus labios una sonrisa azul, luego agitó de nuevo su cartera al viento y se me perdió para siempre.